Todo Igual

por El Recortero

Tenía que salir de casa ese 25 de diciembre. La cena estuvo buena, pero siempre me indigesta comer tan tarde, aunque sea acompañado de un buen vino. Salir a estirar las piernas, caminar por la costa, sentir la arena en mis pies y el ruido del mar me darían paz, cuando en estas fechas es tan esquiva.

La cena en Navidad es un momento tenso para vivir en familia. A mi se me hace tenso, no me haría partícipe de tamaña celebración si no es por el cariño que siento por mis viejos, así que la obligación me hace pasar mudo la mayor parte de la noche.

Entregamos los regalos y como siempre, hay más para mi. Me incomoda todo el rito, ya no soy un niño que necesite de esto para ser feliz, la felicidad va y viene y esto la aleja. En fin, al menos cayeron unas lucas. Había que salir.

Abro el refrigerador y me preparo una botella de litro y medio con ron y coca-cola. Me pregunto si el modelo que usó la Coca-Cola para su viejo pascuero alguna vez se tomó una piscola. Parece más bueno para el vodka. Un vodka ruso, para pasar el frío invierno.

Salgo aperado con mi botella. Tengo cigarros, encendedor y un poco de marihuana. Quiero sentir la brisa marina en mi cara, refrescarme, me siento ahogado. La navidad provoca estos desajustes en mi persona.

Camino por la noche navideña y está todo quieto, las casas iluminadas, las familias reunidas, algunos niños jugando con sus bicicletas en la calle, acompañados de sus padres o hermanos mayores. Pocas mujeres, no me había dado cuenta de ese detalle y no es que me importe. Esta noche soy yo contra el mundo.

A cada paso me acerco más a la playa, siento romper las olas en las rocas, huelo la brisa marina, el ron baja despacio por la garganta y me da calor en el estomago. Lo más cerca de la Navidad que quiero estar. Enciendo un cigarro, el clima se hace a cada minuto más apacible y casi olvido qué noche es.

Menos mal, en la la playa no hay cuerpos, ni perros. Me gustaría ver un perro en estos momentos, siempre es bueno hacerse acompañar de uno cuando se toma solo. Los callejeros saben. Me saco las zapatillas, las amarro y me las pongo al hombro. Camino con mi botella en la mano y doy pequeñas caladas al cigarrillo número no-sé-cuánto. Ahora estoy a gusto.

Me siento y saco de la otra cajetilla otro cigarrillo. Lo enciendo y el efecto es inmediato. Lo fumo todo, el sabor a limón es adictivo. Ya olvidé de dónde lo saqué, si lo compré o fue un regalo. De a poco olvido que día es hoy, que el último mes del año lejos de calmar las cosas, las acelera, siendo que las preocupaciones son las mismas.

Bajo lentamente la botella y cigarro tras otro adelgazo la cajetilla. El mar está calmo, dan ganas de zambullirse. Camino un poco, estoy bastante ebrio, se me cruzan los pasos y me río solo. Incluso hablo conmigo y me doy consejos para el próximo año. Me los doy porque sé no me acordaré al otro día, una de las cosas porque me tengo buena.

Caminando llego a otra playa. Hay gente, hay grupos de personas en círculos. Tomo otro camino, quiero estar solo, subo una escala. No me doy cuenta hasta que tengo un cuchillo en mi cuello, o lo que supongo algo filoso. Una voz susurra que le entrege todo, pienso en que no le entregaría el poto, pero me callo. Son tres, los otros me miran de lejos pero de cerca. No tengo problemas en entregar todo esta Navidad, “mi regalo para ustedes”, les digo y me embarga un espíritu festivo de sobrevivencia.

No tengo mucho en verdad y me da pena. Me gustaría haber salido con la billetera llena de billetes, con celular, no haber fumado tanto para dejarles muchos cigarros y algo de marihuana, pero me pillaron muy tarde. Les digo o lo pienso, a estas alturas no tengo mucha noción de la realidad. Me doy cuenta que no tengo la botella en la mano, quizá ya me tomé el ron y dejé la botella en cualquier lado o me la quitaron y se están tomando mis sobras. Ya no tengo un cuchillo en el cuello, estoy solo en la escala, sin zapatillas, sin cigarros, sin copete, sin marihuana, sin billetera.

Extraño, pero quedar así me hace feliz. Me vuelve a mis cabales. Sentado en esa escala, solo y borracho, después de haber sido asaltado, me hace sentir festivo. Me da risa la situación, no pensaba que colgaban en estas fiestas, siendo que yo mismo reniego de estas fechas y quiero sean un día como cualquier otro. Me doy cuenta que el bicho de la Navidad lo tengo incrustado y que pase lo que pase las tradiciones mueren, pero yo nunca voy a matar alguna.

El asalto me compensó y me dieron ganas de ver a mi familia y darle gracias por creer en hueás, por darme buenos recuerdos infantiles de Navidad y aguantar mis cambios de humor en estas fechas. Me quise parar pero no pude, borracho y sin fuerzas me quedé dormido en la escala. Desperté un 25 de diciembre y estaba todo igual.