lunes, 27 de julio de 2009

Un vino y a dormir


Me levanté a eso de las cuatro de la tarde, había despertado a las dos pero traté de dormir una y otra vez, era mejor plan que levantarme. La noche anterior me encargué personalmente para poder empezar mi día a esa hora tomando hasta la última gota de vino que encontrara. La vida es bastante aburrida cuando uno está solo, cuando no tienes a quién fastidiar con tus problemas, cuando no hay un hombro donde apoyarte de vez en cuando, cuando no hay una mujer que te regale una caricia.
Me puse mis gastadas zapatillas y una franela malgastada, mi mejor pinta para enfrentar un nuevo día de rutina. La leche ya no es como antes, la de hoy dura un poco más, pero no te alcanza para soportar doce horas de infatigable agonía… de todas formas no tenía leche que beber, mejor no pensar en eso. Ahí estaba colgada, rota y con sus cuerdas oxidadas, la única capaz de entender lo que siento y de contárselo al resto, me la regaló mi abuelo poco antes de morir, varios años ya han pasado y varias cosas ha tenido que cantar. Sin embargo, es más satisfactorio sobre un escenario, con un público vibrante de esos que les dices “¡HOLA!” y aplauden y gritan y sufren como si fuera el último día de sus miserables vidas, es distinto a hacerlo en la fría vereda.
Heme ahí, otra vez, otro día, mendigando para algunos, sobreviviendo para mí. No es que no me guste como vivo, no es que quiera otra vida, pero un mejor trabajo ayudaría para mejorar la que tengo, pero es que no me dan un mejor trabajo. Me disfrazo con sus trajes, sus peinados y su actuar frívolo y cínico pero saben que no pertenezco ahí y me rechazan una y otra vez y me tildan de un sinfín de inútiles y vagas concepciones humanas, que me cansé, no viviré una mentira.
Odio esas caras de repulsión que regala la gente antes de dar su “colaboración”, la verdad es que no necesito de su caridad, siento que les regalo un quiebre en su aburrido camino de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, aunque yo mismo sea prisionero de mí mismo no lo soy del resto, yo viajo, yo conozco, yo sufro, yo lloro, yo río, yo vivo.
Entonces cae la noche, las pocas monedas que gané me alimentaron durante el día, comprar pan frío es la mejor opción. El resto es para mi vaso de vino, luego a la cama, en esa pensión de aquella calle solitaria donde debo dos meses de arriendo… tal vez me vaya mañana.

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