lunes, 22 de marzo de 2010

Y pasó por un zapatito roto...


Cuando recordamos nuestra infancia y los lindos cuentos que nos leían, podemos pensar un poco en el significado que tienen oculto y que sin querer adaptamos, hacemos nuestros y no los dejamos hasta que somos adultos, en el mejor de los casos.

Las hermosas princesitas que esperan por largos años a su príncipe azul, manteniéndose castas y puras hasta que él, luego de luchar contra cuanto monstruo y vicisitud que se le cruce por su trayecto, llega para darle su esperado beso, que la despertará de aquel sueño que, antes de su llegada, era una condena eterna.

Aún después de varios años pasada la tierna infancia, muchas de las que fueron pequeñas niñas creyéndose princesas, siguen pensando en que encontrarán a su caballero, ese hombre ideal que, además de ser guapo, perfectamente peinado (ni para enfrentarse contra el peor y más feroz ser pierde su gomina) y valiente, es completa y absolutamente fiel. Y qué más se puede pedir, si es un personaje de libro; infantil más encima. Pero eso lo tenemos realmente claro algunas. Otras, más desafortunadas, esperan por siempre a que llegue este señor, sienten ser personajes de cuento, no aceptan la realidad, no creen que cualquier hombre sea merecedor de este amor inalterable e ideal.

La perfección total. Como si eso fuera posible. Como si su pequeña mente no hubiese entendido que hay cosas que no son factibles, y que todos (incluida ella) tenemos defectos, grandes defectos.

Nada que hacer. Debieran dejar de mentir a los niños. Ellas son las que luego crecen y sufren por creerse princesas, o ellos por no poder ser príncipes azules, por se eternos Peter Pan, y no comprender a esa mujer que lo único que quieren es que crezcan para que finalmente sean felices para siempre, como muy bien dicen las lindas historias de amor y aventura que nos leían nuestros padres.

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