sábado, 18 de septiembre de 2010

En el nombre del padre (parte III)

Viví con él un tiempo y las cosas se pusieron de un mejor color, incluso, me adapté
a lo que él llamaba “su modo de vida”, aunque la relación con su mujer no era de lo más
agradable, y bueno, mis hermanos no eran algo detestable, pero sin darse cuenta me
hacían notar lo distinto de nuestras vidas y como al final yo me convertía en un ser
miserable en cuanto a ambiciones y términos materiales.

Bueno, sobre su mujer especialmente, recuerdo una cena que tuvimos con unos
amigos de la Familia. Todo estaba bien como para aparentar y compartir en términos
arribistas. Ese día yo no había podido tomar mis pastillas como era de costumbre, debido a
que me las suministraba mi madre y por causa de una molesta lluvia, no había podido ir a
buscarlas dado que eso significaba un largo viaje en metro pasando tres ciudades, unos 55
kilómetros; por lo tanto, después de un día y medio sin mi dosis (recetada por un maldito
neurólogo) comencé no sólo a sufrir los estragos de las crisis de pánico que incluyen un
poco de mareo, temblores, sudor de las manos, y frío, sino que también el malestar físico
de un pequeño síndrome de abstinencia. Bueno, de cualquier manera no era mi día y mi
padre, bromeando en todo momento sentados a la mesa, me preguntaba “¿Ya quieres
suicidarte?”, y su Mujer, muy pulcra como siempre, hacía como si mi cara no significara
nada, conversaba de lo más animada, quizá ignorándome como de costumbre, evitando la
vergüenza de tener prácticamente un enfermo mental entre los suyos.

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