Y luego de haber decidido darle fin a toda la situación apareciste, como siempre, como si nada, con la sonrisa pétrea en los labios, con la agridulzura en tu mirada.
Acariciaste mi cabeza lentamente, susurrando palabras inteligibles, un minuto, dos, tres, diez, veinte... me dejé llevar por el letargo, por el sofocamiento físico e interior. Me recosté en tu pecho, sentí el olor de siempre. Ahora nada había cambiado. Dejé que mi mano se deslizara por tu pecho, que recorriera tu cuello, lentamente, tus labios, tu nariz, el hoyuelo de tu mejilla cada vez más sonrosada, tu pecho cada vez más agitado. Apagué la calefacción, decidida a no pensar. Te besé y me refugié en el candor, en la frescura también. Tu lengua enredándose tiernamente, bruscamente, frenéticamente. Tú apaciguándome, tú asfixiándome. Sentía tus dedos posarse con firmeza en mis piernas, en mi pecho, en mi cuerpo. Yo calmándote, yo encaramándome en tu cuerpo simulando el desesperado juego del amor, susurrando palabras, frases incomprensibles, sin sentido para ti, sin sentido para mí.
Tú hundiéndome en tu cuerpo, yo extinguiéndome en tu fuego.
El beso final, el "te amo" final y correr desesperadamente con mis cosas por la ciudad.
2 comentarios:
Bueno, Sus... Ciertamente bueno.
"El beso final, el "te amo" final y correr desesperadamente con mis cosas por la ciudad."
Eso me suena tan familiar...
Dany Abarzúa
A mí también me gusta... ya lo había leído alguna vez, pero ahora sabe distinto despues de aquella recaida en el pasado.
Aminta
Publicar un comentario