Sé que diste unas chupadas a un mate en la antesala del teatro
Que te miraste al espejo y viste un entrecortado avatar del morbo y la libertad.
Sé que quemaste la indecencia podrida del año muerto en la utopía, es lo que cantas en tu palacio, el que haces llamar Palacio de las penurias.
En tu bitácora hay sollozos eléctricos y espasmos de agonía, los gritos no se ven en la cubierta.
Arlequines bailan en la mierda y sonríen, mueven circos humanos del olvido y el goce.
Almorcé con las mentiras que te tragaste, tu coprofagia es ícono de miles, que terminaron con sus genitales húmedos ante la ninfa del poder, erectos y dilatadas ante el hidalgo guerrero que acabó con los fantasmas.
Duerme tranquila niña culpable, las brazas ya han ceñir el ardid de un eufemismo en la historia.
Cuando las venas se contraen y se secan están vivos tus placeres, eres un ignomio peoneta de la pega más cruel.
Obraste en tu deber, expiado de culpas te declara la dama de la balanza y la espada; disfrútalo.
Tu guerra santa, no es la mía. No creo en devotos de lo inhumano, que hablan de pedazos de carne sin sueños, que están dispuestos a holgar lo indigno de una misericordia falsa, llena de despojos de un alma corrompida y amnistiada.
“Plumas sucias llenan el piso por doquier, se ilumina todo con el ruidoso y cruel sonido de la libertad eterna”. Me contó el que sabe, antes de echarse a volar.
Desde mi rincón vacío en el cuartucho de lo humano, zozobrando en la penumbra de ideales mutilados, te niego el paso una y mil veces, y con la frente en alto te maldigo.
El suplicio lacerante con que humillaste, pronto caerá en ti. No pensaste en eso cuando destrozaste las manos del guitarra, cuando penetraste mujeres hasta hacerlas sangrar y babeaste sobre su dignidad, cuando metiste corriente en los pezones y testículos aun sin muchos pelos de peligrosos hombres de 16 años, en fin, cuando salvaste e hiciste grande a nuestra patria y nuestra libertad.
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