He recorrido las calles más sucias de esta ciudad, ni buscando ni escondiéndome. He visto a los evangélicos predicando en el Mercado frente a las putas, los borrachos y los pendejos que chupan pegamento. Les gritan con megáfonos que se van a ir al Infierno. Luego suben al furgón del pastor y vuelven al templo para cantar con los corazones llenos de gozo. He visto a las putas cuidar a esos niños y alimentar a esos hombres. Ya de noche, he visto a las putas subir al furgón del pastor para perderse en la oscuridad de la avenida.
He recorrido las calles más limpias de esta ciudad, ni buscando ni escondiéndome. La catedral y su cruz no son más que grandes monumentos al pene y a la vagina, todos deberían saberlo. El centro es sólo una gran sucesión de vitrinas. Acá no hay perros vagos, todos van a parar a las fábricas de longanizas. Las manadas súper-híper-mega-pobres arrasan con todo en las súper-híper-mega-tiendas, buscando ser como la gente que ven en la tele, para luego volver a sus casas a dormir con hambre y a despertar sin agua ni luz.
Chile es una larga y angosta mueca de asco, pena y vergüenza.
Yo soy un tipo feo y solo, es de noche y estoy sentado en una banca de la Plaza de Armas, bajo un farol lleno de polillas y mierda de paloma: algo de razón debo tener.
No hay comentarios:
Publicar un comentario