viernes, 24 de octubre de 2008

Sonó ¡paf!

De un tiempo a esta parte me costaba mucho alcanzar el clímax en mis relaciones, si no era a través de variadas posiciones que hacían de mi pareja una muñeca de trapo, más que una mujer llena de fuego. Las distintas contorsiones fácilmente pudieran haber llenado un espectáculo circense, un espectáculo de freaks follando en las más dinámicas y estrambóticas posiciones, con solo una pequeña previa de ejercicios de estiramiento.
El sentir que solo haciendo todas estas articulaciones alcanzaba la petit morte, me hacía pasar por situaciones altamente dramáticas, como provocar calambres en mis amantes, moretones, mordidas, mechones de pelo arrancados de cuajo de sus cabelleras; es que lo cierto es que me arrebataba y el animal en mí actuaba, dejándome en un estado de abnegación sexual que no respetaba cuerpos, cabellos ni mucho menos cansancio o descansos. Me estaba transformando en una bestia en la cama y eso le encantaba a mis mujeres.
Este cambio en mi ser no se dio de golpe, fue un proceso en donde ya no pude controlarme y solo saciaba mi sed viendo cómo se doblaban encima mío, al lado mío o abajo mío; sólo esto me provocaba excitación, las contorsiones. Ver que las articulaciones respondían a mis impulsos, solo eso llenaba mi sexualidad y poco a poco me fui acercando al límite.
Nunca busqué más que el placer. Nunca quise hacer daño, a lo más un mechón de pelo en el momento indicado, acomodar con fuerza para que la entrada fuera hasta el fondo y se mantuviera el ritmo; jamás quise hacer daño, más que dar placer. Pero los errores son humanos, y el mueble que está en la cabecera de mi cama no lo es; un mueble antiguo, de madera desgastada por los años, con un cajón en donde hay reliquias como VHS, cassettes con música grabada por mi, diarios antiguos y pornografía casual. Un mueble que solo está con recuerdos que ya no están.
En ese mueble y en una de sus esquinas sonó ¡paf!, y la habitación quedó en silencio; en ese mueble, café y cargado de recuerdos de la década pasada fue en donde una nueva conquista azotó su cabeza y quedó tirada en mi cama, brotando sangre por sus narices. “El silencio sepulcral de una muerte en el campo de batalla”; ya veía el titular de “la cuarta” y sus poetas de cuneta poniéndome en titular: “cachero de las pampas se acrimina por vigoroso”.
El cuerpo yacía ya sin vida y mis ansias de contorsionista sexual aún no eran sofocadas, estaba en una situación de difícil salida; el cuerpo me pertenecía, yo lo había moldeado a mis anchas, cada articulación perteneció a mí en esos instantes en que la tuve con vida entre mis brazos, cada suspiro y quejido la hacía mas mía; pero ahora era un cuerpo que se iba poniendo cada vez mas tieso y frío. Tieso y frío.
La miraba ahí, desnuda; la sangre de su nariz ya se la había limpiado y la acomodé en una posición en donde podía, aún sin tener vida, disfrutar de su belleza. De tez blanca y pelo negro, ojos verdes en una cara que aún guardaba una sonrisa de plenitud; al menos murió con las botas puestas, en medio de la procesión mas elemental de cuerpo y espíritu; al menos murió feliz y sin dolor, sin nada porque quejarse; y de súbito, que es como me gustaría morir a mi también.
Al intentar doblarla, la resistencia que oponía ese cuerpo frío y duro me gustó. Era como volver al momento, pero ahora con mayor resistencia; una resistencia desconocida para mí, una resistencia involuntaria en un cuerpo sin nada más que cuerpo. Porque eso es lo que ahora era; un cuerpo, que en toda su extensión pertenecía a mí. Yo la despojé de emociones, de latidos, de suspiros y de vida; yo y solo yo fui capaz de aquello, y al despojarla de todo eso, solo quedó la resistencia, aquello que estuve buscando y que estaba tan cerca mío.

1 comentario:

ScHaFfA dijo...

jajaja la vola wn jajaja ta wena la historia.