Sí, creo que ese fue el cigarro más fresco que consumí durante todo ese año, a pesar de que no sabía fumar bien por esos días, y mi tos graciosa de nicótico principiante hacía que tus carcajadas resonaran en la fría brisa de la noche copiapina, esa donde tus bellos ojos brillaban, aún húmedos por las lágrimas que solían bañar tus pupilas en ese entonces.
Con ese cigarro mentolado se esfumaron un montón de temores, se quemaron las últimas verdades y definitivamente se hicieron cenizas las ilusiones que me llevaron a pensar en que compartiríamos más cigarros como aquel.
Cuando ya habías acabado tu cigarro me sonreíste, tu madre te llamó desde vuestra casa, y con un beso en la mejilla diluido en un fuerte abrazo, te aseguraste de que el humo mentolado no dejara rastros de mi perfume en tu ropa.
Cuando entraste a tu casa y te despediste con una sonrisa cómplice, mi cigarro de menta se acabó.
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