Era cosa de ponerse a tono, y un par de rones lo lograrían en un santiamén. También no había que olvidar: olvidar ciertas reglas del “Manual de Carreño”, como saludar y presentarse al conocer gente nueva, presentarse y saludar; el orden altera los productos. Así que no olvidé olvidarme y fui a reclamar mi alcohol. Sabía tan bien, que me duro tan poco como debía durar un brebaje tan especial, así que fui por el segundo. Ya la compañía femenina estaba instalada, con grados de más en sus cabezas; yo recién iba por el segundo y no por el último.
Rechazaba su compañía como se rechaza un vaso de cerveza cuando se está con caña, con dudas. Trataba de no hablar más de la cuenta, y si bien sus presencias, físicamente, debían agradecerse, no deseaba compañía femenina, ni mucho menos pensar en cortejar o besar algunos de esos labios seductores, que para mi no lo eran. Pero el poder femenino es imbatible, somos una simple esponja que estruja su belleza y la transforma en veneración, y yo no soy la excepción.
Ya estaba sentado en su falda, ya la tenía abrazada, ya era solo cosa de estirar la trompa y besarla ¿Qué cómo llegue a eso? Como siempre lo hago, haciéndome el leso, que no se noten mis intenciones para con ella o ellas, teniendo claro además que ellas mandan y uno es un simple vibrador, pero que habla. El silencio otorga más que mil palabras escupidas al vacío.
Siguiente paso, el dancing; bailar música de mierda en discoteques de mierda, en donde al poner un pie en ellas ya tienes que aguantar a guardias que jamás en su vida han leído Kafka te manoseen entero, te ordenen hacer cosas totalmente obvias, y lo mas extraño de todo, es que si les gusta su pega, les gusta mandar y que les obedezcan, entonces: ¿Por qué la cara de perro señores? En fin, material para otro cuento.
Bailar como estúpido, con un vaso de plástico de medio litro de schop en una mano y una señorita que se contornea como culebra en la otra. No me quejo, pero ¿por qué es tan mala la música en esos lugares? “¡Claro!” dirán ustedes, ”agradece que estas bailando con una mina rica y que además te sacó a bailar!, pero desde el principio les dije que no estaba ni ahí, y eso mismo me hizo estar bailando música de mierda con una mina rica que no me importaba; redundancia discotequera.
Comerse en la pista de baile es tan común como las idas al baño, no hay nada que me excite tan poco como darme besos en la pista de baile, rodeado de gente que te empuja y sigue el desagradable ritmo del reggaeton, del aché (aun lo tocan y se escribe axe) o en un caso excepcional, su buena cumbia de algún grupo criollo. Claro, hay veces en que caliente esto me excita, pero a ese nivel me excita hasta la Reginato y sus mofletudos cachetes, que me imagino, deben ser más firmes que sus nalgas; así que no es un buen ejemplo.
Sigue el webeo y me propone irnos a la chucha, eso en lenguaje coloquial es buscar un lugar privado en donde intercambiar fluidos corpóreos. Yo sin plata para un motel pienso rápidamente en un “piola” lugar donde ir a sacudirnos las ganas ¿Adónde? Piensa weón, piensa; si bien no estaba interesado en ponerlo hoy, si ella quiere, uno es tan caballero que un rehusarse no corresponde, creo. Ya estábamos en la calle, caminando hacía quizás donde, cuando un foco se me prendió a medias en la oscuridad de la calentura ebria que llevaba; una escala la solución, una piola escala de Valparaíso, una escala donde me había tomado unas cervezas y conocía un poco, pero en realidad nada. Hacia allá nos dirigimos, en procesión física de calentura mutua, ahora si.
Llegamos a la escala en cuestión y por suerte no había nadie. Nadie tomando, nadie webeando, nadie tirando antes que nosotros. Yo ya planeaba tirármela en la misma escala, pero ella ¿Mas precavida? Me dice que subamos un poco, mas arriba quedaban restos de una casa abandonada, típica casa tirá de Valpo, así que para nosotros y nuestras ganas, era el lugar perfecto. A todo esto, la lola tenía 18 años y pensaba que por abrir las patitas uno alcanza una erección inmediata, lo cual no es cierto, también necesitamos estimulación, necesitamos que se exciten con nuestro cuerpo, tal como nosotros lo hacemos con el suyo. En fin de cuentas, me demoré en que se me parara bien, pero no dejé de calentarla, con dedos, lengua y palabras sucias. Chiquilla hardcore en cuestión.
Ahí estábamos: yo pantalones abajo, y sin pantalones y sin zapatillas ella; caliente la señorita, caliente el momento, tirando en los restos de las ruinas de una casa porteña, acomodados en una posición realmente cómoda para semejante lugar y circunstancia; encaramados arriba de unas tablas que dejaban todo su cuerpo a mi disposición, en donde podía llevar el ritmo perfectamente y escuchar sus “conchesumadre, que rico” puta que me calentaban. “Tenemos que repetirlo”, “puta que tirai’ rico”, en fin, voladas del momento, pero realmente efectivas, mi verga no podía estar mas llena y ese orificio de 18 no podía ser más rico. Podríamos fácilmente habernos quedado toda la noche tirando, porque ni un alma pasó en el rato que estuvimos gozando de la comunicación más elemental que nos va quedando, pero todo lo bueno se acaba y volver a la disco era una obligación; al menos satisfecho, con una nueva experiencia cachonda dentro de mi mente cada día mas promiscua. Y eso que no andaba buscando nada “sezual”.-
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