
- Nunca pude olvidarme de ti, de nosotros.
Mis palabras cortaron el silencio incómodo.
- Pucha, es que tu sabís que no se puede. No puedo...
Suspiré. Miré hacia abajo, el suelo relucía sus reflejos azulados, producto del alcohol vertido accidentalmente en la acera. Adentro la música resonaba estridentemente, y de vez en cuando una que otra risotada se escapaba por la ventana.
Ella sorbió copiosamente de su vaso plástico unos segundos, luego suspiró, miró al suelo y me tomó la mano. Estaba helada. Ella, su mano, su mente, estaba toda helada.
- Tengo frío - dijo.
Le pasé el brazo sobre los hombros y se recostó levemente en mi regazo. La calle estaba fría, pero el invierno se había ido hace meses. No me soltó la mano, no se separó de mí. Teníamos pena. No supe quién de los dos tenía más, pero ambos estábamos tristes, desentonábamos dentro en la fiesta y salimos a tomar aire, a respirar, a llorar.
Le dí un beso en la mejilla, uno eterno. No tenía caso esconder mis sentimientos, ahora que ella los descubrió por completo. Me besó el cuello, luego la mejilla, rozó su naríz con la mía y terminó besando mi ojo izquierdo, ese que se siempre llora cuando mis jaquecas lo alcanzan.
Se levantó, llevándome con ella hacia adentro, me apretó la mano y se alejó, desapareciendo entre el humo de cigarro y la música.
Terminé mi décima lata de cerveza, miré a mi amigo y sonreí.
- ¿Qué volá tu ex?
- Nada, pásame otra chela.
Me lanzó otra lata, y quedaban docenas en el refrigerador.
La noche era joven.
Mis palabras cortaron el silencio incómodo.
- Pucha, es que tu sabís que no se puede. No puedo...
Suspiré. Miré hacia abajo, el suelo relucía sus reflejos azulados, producto del alcohol vertido accidentalmente en la acera. Adentro la música resonaba estridentemente, y de vez en cuando una que otra risotada se escapaba por la ventana.
Ella sorbió copiosamente de su vaso plástico unos segundos, luego suspiró, miró al suelo y me tomó la mano. Estaba helada. Ella, su mano, su mente, estaba toda helada.
- Tengo frío - dijo.
Le pasé el brazo sobre los hombros y se recostó levemente en mi regazo. La calle estaba fría, pero el invierno se había ido hace meses. No me soltó la mano, no se separó de mí. Teníamos pena. No supe quién de los dos tenía más, pero ambos estábamos tristes, desentonábamos dentro en la fiesta y salimos a tomar aire, a respirar, a llorar.
Le dí un beso en la mejilla, uno eterno. No tenía caso esconder mis sentimientos, ahora que ella los descubrió por completo. Me besó el cuello, luego la mejilla, rozó su naríz con la mía y terminó besando mi ojo izquierdo, ese que se siempre llora cuando mis jaquecas lo alcanzan.
Se levantó, llevándome con ella hacia adentro, me apretó la mano y se alejó, desapareciendo entre el humo de cigarro y la música.
Terminé mi décima lata de cerveza, miré a mi amigo y sonreí.
- ¿Qué volá tu ex?
- Nada, pásame otra chela.
Me lanzó otra lata, y quedaban docenas en el refrigerador.
La noche era joven.
2 comentarios:
Aguante Patológico, pronto se viene el tercer número de la revista. Y una fiesta Capicúa, se vienen más detalles.
Saludos
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