
Hay un haitiano fumando un Lucky Strike cerca de mí, pasan raudos los chinos del restorán, la brasileña bosteza, el ecuatoriano le mira el culo a unas colegialas y yo escucho Metal Industrial hecho por alemanes, pero cantado en inglés. "Esto es la globalización", pienso.
Yo llegué de la nada. Caí del cielo envuelto en llamas, estaba crucificado en la cruz de la catedral. Fui implantado. Soy un injerto urbano, un pedazo de la nación, un cuidadano o un vecino sin nada que reclamar, un hombre marchando con un cartel en blanco.
Entonces el ecuatoriano parece más honesto. Vende los mismos chalecos con alpacas que los neo-hippies compran en Ripley o venden en algunas esquinas, pero los de él son fabricados por una manga de indígenas perdidos en algún lugar de su país. Además, él es efectivamente ecuatoriano. Es moreno, tiene los pómulos muy salientes y los ojos muy pequeños. Debe ser mejor comprarle algo a él que comprarle algo a un chiquillo que está descubriendo la rebeldía, que no viaja con sus papis de vacaciones al extranjero porque prefiere mochilear miserablemente por Chile, que se cree artesano por doblar unos alambres y que lleva una polera del Che Guevara y unas gafas caras hechas en Alemania.
Ya no piensan que les voy a robar. A veces nos miramos con la brasileña y sonreimos, somos todos como hermanos. Debe haber cambiado mi semblante. Soy tan latino, ahora que lo pensamos bien. Se me hace tarde. Mi novia está por salir. Me paro y le pregunto al ecuatoriano si le molesta que le tome una foto a él y su puesto, que pienso que sus chalecos son horribles, pero tienen lindos colores y se verán bien. Buenas noches compadre, que te vaya bien, gracias hermanito, vaya con Dios.
1 comentario:
el Alfa y sus cuentos de no-ficción.
Me vuela la raja en ese aspecto y es un niñito.
Aguante.
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