Me debo ver muy pobre, creo yo. Por algo todas esas miradas tan desconfiadas desde los puestos. Me siento odiado a nivel internacional, tanto por el ecuatoriano de los chalecos como por la mina brasileña que vende joyas mulas. No sólo en Chile se asocia la pobreza con la delincuencia, supongo
. Yo no he hecho nada aparte de haberme puesto mis jeans más gastados y mi polera más desteñida, así que no les presto atención y sigo ahí, sentado en una banca del infame paseo peatonal de esta ciudad. Todo el frío de las 8 PM cae sobre mis hombros y todo el gentío pasa a través de mí, y me vitrinean como un si fuese un tejido más, me miran de pies a cabeza, y se vuelven cuando ven que no soy más que una rata desabrigada, un fotograma que no vende nada, un tipo solo y feo en una callejuela llena de sonrisitas indígenas, de platita sonando y otros diminutivos huevones.
Hay un haitiano fumando un Lucky Strike cerca de mí, pasan raudos los chinos del restorán, la brasileña bosteza, el ecuatoriano le mira el culo a unas colegialas y yo escucho Metal Industrial hecho por alemanes, pero cantado en inglés.
"Esto es la globalización", pienso.
Yo llegué de la nada. Caí del cielo envuelto en llamas, estaba crucificado en la cruz de la catedral. Fui implantado. Soy un injerto urbano, un pedazo de la nación, un cuidadano o un vecino sin nada que reclamar, un hombre marchando con un cartel en blanco.
Entonces el ecuatoriano parece más honesto. Vende los mismos chalecos con alpacas que los neo-hippies compran en Ripley o venden en algunas esquinas, pero los de él son fabricados por una manga de indígenas perdidos en algún lugar de su país. Además, él es efectivamente ecuatoriano. Es moreno, tiene los pómulos muy salientes y los ojos muy pequeños. Debe ser mejor comprarle algo a él que comprarle algo a un chiquillo que está descubriendo la rebeldía, que no viaja con sus papis de vacaciones al extranjero porque prefiere mochilear miserablemente por Chile, que se cree artesano por doblar unos alambres y que lleva una polera del Che Guevara y unas gafas caras hechas en Alemania.
Ya no piensan que les voy a robar. A veces nos miramos con la brasileña y sonreimos, somos todos como hermanos. Debe haber cambiado mi semblante. Soy tan latino, ahora que lo pensamos bien. Se me hace tarde. Mi novia está por salir. Me paro y le pregunto al ecuatoriano si le molesta que le tome una foto a él y su puesto, que pienso que sus chalecos son horribles, pero tienen lindos colores y se verán bien. Buenas noches compadre, que te vaya bien, gracias hermanito, vaya con Dios.